19 de agosto de 2011

Cuento cristiano para los más chicos

 
Mi amigo, el Dueño del Universo 

Jesús es el Hijo de Dios. 
Dios es la persona que dirige todo el universo. 
¿Qué grande parece eso verdad? 
Y es así. Es real.
Dios es quien dirige todo el universo y 
tiene un hijo que se llama  Jesús 
y Jesús  quiere ser tu amigo.
Dios no solo dirige todo el universo, 
sino que también lo creo. 
Creo todo el firmamento, 
es decir el cielo con  sus millones 
de estrellas, galaxias, soles y lunas 
que ni con un 
telescopio enorme podríamos observar.
¿Eso parece muy grande  verdad? 
Y es así.
Dice la Biblia,  la Palabra de Dios que 
“Dios es quien decide cuántas estrellas debe haber, 
y a todas las conoce por su nombre”. 
¿Te imaginas  una persona que conozca 
a todas las estrellas 
y a cada una las conozca por su nombre? 
Esa persona con seguridad es maravillosa 
y única.
Pero hay más: 
Dios también es maravilloso y único por su amor.  
“Dios amó tanto a la gente de este mundo 
que me entregó a mi, 
a JESÚS, que soy su único Hijo, 
para que todo el crea en mi no muera, 
sino que tenga vida eterna...
” Dios es único porque ama todos. 
Y por supuesto,  ¡también te ama a vos! 
Eso es maravilloso.
Aunque  muchas veces no tomamos en cuenta 
a Dios y a su amor, y hacemos cosas que lo ofenden  
y por lo tanto nos separan de El.
Pero Jesús el Hijo de Dios,  
es tan amoroso como su Padre 
y quiere acercarnos a El. 
Por ello dio su vida para que vos tengas vida eterna, 
que es la clase de vida que necesitamos para vivir cerca de Dios.
Si crees que Jesús es el hijo de Dios podes tener vida eterna.
Solo tenes que decírselo con estas palabras: 
Dios, creo que eres el creador y que me amas 
y creo que Jesús quiere darme la vida eterna. 
Amen. Qué así sea!
Ahora que hiciste esta hermosa oración 
te cuento un secreto: 
El que cuenta las estrellas 
y a cada las conoce por su nombre, 
te conoce a vos 
y hasta conoce el número de tus cabellos. 
¿No es maravilloso?

Gabriela.
elblogdegabriella.blogspot.com

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Por qué le quiero

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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